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El amor imposible de James y Real Madrid

El 10 necesita un equipo que se adapte a su fútbol y no un club que le exija adaptarse al estilo de otras estrellas. James es un jugador de selección y en la Copa América Centenario tendrá una nueva oportunidad para recordarle al planeta fútbol que es el goleador del último mundial. Por Héctor Cañón Hurtado (Facebook: Héctor Cañón Hurtado)   La relación de James Rodríguez y Real Madrid parece uno de esos cuentos rosa de la farándula hollywoodense, donde todos nos sentimos con derecho a opinar sin saber los pormenores detrás del telón. Iván Mejía, un comentarista que usa el micrófono para despotricar a los cuatro vientos, aseguró que alguien de quien no puede revelar el nombre le contó que James habló mal de Zidane en los camerinos y ahora está pagando las consecuencias en la banca. Es posible que eso sea verdad o que no lo sea, pero el asunto tiene más profundidad –y a la vez sencillez– de la que ofrecen las recientes opiniones. El Pibe Valderrama alega que no lo quieren, la esposa lo defiende diciendo que es un súper papasito y Esteban Jaramillo escribe una columna, que parece una carta de amor, en la que le pide al genio buscar otros rumbos. Yo coincido: ojalá se vaya. Pero también advierto: irse no es garantía de éxito. Mientras tanto, la prensa deportiva española no para. Sin embargo, no es un asunto personal como lo quiere ver la hinchada colombiana. Su tarea es vender frivolidad y el crack y la absurda situación de ser suplente de los suplentes son un culebrón perfecto para darle rienda suelta a la especulación y facturar con títulos amarillistas. Además, el 10 dio papaya al declarar, después de la pasada fecha eliminatoria, “cuando te ponen y te apoyan es más fácil”. Tal vez no midió las previsibles consecuencias antes de quejarse ante la prensa nacional: enfrentar con un micrófono, desde Suramérica, a uno de los clubes más poderosos del mundo no es una muestra de la diplomacia que necesitan las súper estrellas del fútbol para moverse en el espinoso camino de la fama Es posible que Zidane le esté cobrando con intereses una declaración revanchista, que no sería bien recibida en ningún camerino y mucho menos por un director técnico que apenas está aterrizando en un lugar más incierto que el maravilloso País de Alicia. Más allá de las diferentes perspectivas y del error mediático del futbolista, la verdad es más sencilla de lo que parece. El amor de James y Real Madrid es imposible. Lo mismo le sucedió a Davor Suker, goleador de Francia 1998, cuando después de dos temporadas de roces con Raúl y su séquito incondicional, salió por la puerta de atrás. La lista es larga, se remonta a varias décadas y con ella se podría armar uno de los mejores equipos de todos los tiempos: Eusebio, Ruggeri, Robinho, Kaká, Seedorf, Owen… Señores, la pareja perfecta para el mejor jugador en la historia de esta tierra es la Selección Colombia. ¿Por qué? Vamos por partes. Primero, porque en el equipo merengue manda Cristiano Ronaldo en la cancha y en los números, en la venta de publicidad y de camisetas, a la hora de cobrar tiros libres, en el corazón de una hinchada que, más que exigente, es ingrata. (Y eso mismo podría pasar en la Juve  de Pogba en caso de que cierren negocio). Todo eso opaca al 10. Si James no es consentido decae, pero si el equipo gira en torno a él, estalla. Ya lo vimos en Brasil convertirse en el segundo goleador más joven de la historia de los mundiales, jugando dos partidos menos que Muller y Messi, sus perseguidores, y sin tener socios tan experimentados como ellos. Ya lo vimos llevando a Colombia a soñar con las semifinales. Ya lo vimos convertirse en el mejor jugador de la fase de grupos y también inventarse el golazo del 2014, en octavos de final, ante la complicadísima selección Uruguay. La paradoja es que Zidane, el último 10 clásico (una de las ideas más bellas y en vía de extinción del fútbol), lo haya marginado de su equipo, que juega sin 10 y con tres puntas hiperveloces que ven el fútbol desde una perspectiva europea pragmática y desde sus gigantescos y conflictivos egos. Y ahí está la segunda parte de la explicación. James, por su parte, es más corazón que cabeza fría y necesita un equipo que juegue a asociarse, a compartir el balón y la gloria, a tener un baile colectivo preparado para la celebración, a ponerle pausa y cerebro al juego cuando se cierran los caminos. James necesita un entorno humilde para sentir el fútbol como lo siente. Si el 10 ha de brillar será en un club donde su particular forma de ver el fútbol lo convierta en el capitán del barco como sucede en la selección. James mostrará su mejor fútbol (aunque pueda tener temporadas destacables en clubes como las que tuvo en Banfield y Porto), en la Selección Colombia. Lo único que necesita es un equipo que se adapte a su estilo y no tener él que adaptarse al estilo de un equipo. ¿Será mucho pedir? No creo, estamos hablando de un jugador que, a diferencia de Messi, Neymar y CR7, saca lo mejor de su repertorio cuando se quita la camiseta de un club para enfundarse la de su país. James, señores, no es jugador de club. Es un jugador de selección y la verdad es que eso no debería molestarnos ni ponernos a fantasear con conspiraciones inexistentes. Esperemos la Copa América Centenario y ahí hablamos. Por fortuna, aunque los dueños del negocio piensen lo contrario, el fútbol no se limita a la Champions League y los campeonatos locales de España, Inglaterra e Italia. Por fortuna, aún existen los torneos de selecciones y ahí, en pleno mundial y con solo 23 años de edad, James la rompió. Mientras Messi y Cristiano, los divos del fútbol de clubes, han anotado 5 y 3 goles respectivamente en 13 partidos mundialistas, el colombiano metió 6 en tan solo 5 cotejos. Así que la tarea de la hinchada, por lo pronto, es alentar cuando James se ponga la amarilla. Él, seguro, también hará lo suyo. ¡Vamos, genio!

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