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Diatriba contra el hincha encapuchado

El inodoro cayó desde el segundo piso del estadio, pero la mierda no se fue al piso sino que se quedó en la cabeza de aquel que se cree hincha pero es tan solo una escoria más que produce la sociedad. (Ver video) En lugar de llenar los estadios, los supuestos hinchas que desfilan encapuchados los están desocupando. Y ya estamos hastiados del hedor que expelen. ¡Lárguense ya, por favor! Consigan un trabajo. ¡Estudien! Boten los cuchillos, maleantes. Asquerosos capaces de apuñalar a un joven de otro equipo sin remordimiento. Mientras ellos creen que tienen más, la verdad es que se muestran muy pobres. Están muertos de hambre y muertos de ideas. La mendicidad que justifican estos tales barras bravas que no son capaces de dar la cara para entrar al estadio es repugnante. No se puede entrar a la tribuna sin que uno de ellos pida limosna. Uno puede ser pobre y limpio y estos tipejos no son lo segundo. Cuando están en manada es imposible no percibir el olor de la hierba que inhalan orgullosos. Y aunque la marihuana puede ser medicinal, a esta gente solo les hace daño. Los transforma en cuerpos inertes, en zombis que hablan igual, es decir, con un ritmo cansino y “gaminoso”. Son abúlicos, no tienen voluntad. También son clones. Esconden su rostro para parecerse al resto. “Nos tapamos la cara para que nos vean más”, dijo alguna vez a un indígena revoltoso en un noticiero. A ustedes, empero, ya los vimos demasiado, no hay nada que esperar de su nefasta masa, de su estúpido quehacer. Sépanlo bien. Son como un virus, son el ébola del fútbol. Suramérica los padece. Son una vergüenza del continente. Una encuesta de la compañía británica Kantar concluyó que el Manchester United tenía más de 659 millones de hinchas. Acá parece haber millones también de ustedes, parásitos, que se chupan lo mejor del fútbol. Así se vieron, una vez más, en Chile. Hace poco en realidad. Los policías quisieron retirarle una bandera a la barra de Colo Colo llamada “Garra Blanca” (de verdad son unas garras) y los uniformados increíblemente tuvieron que salir corriendo de la tribuna norte del estadio Nacional. Piedras, palos, rejas y lo que se viniera al paso fue lanzando por esta gentuza. Llegaron a lanzar una caseta ambulante. “Volaron hasta inodoros”. De ustedes se apoderó la idiotez. Porque alcanzan el límite de entrar al estadio y darle la espalda a la cancha. Eso es como pagar por entrar a un concierto de los Rolling Stones y taparse los oídos. Los encapuchados del fútbol tristemente se ven en toda Suramérica, por supuesto en Colombia, y se creen dueños de algo que no les pertenece; son unos advenedizos que los Estados han dejado crecer. Esa es la vedad. Esta semana, en Perú, en la antesala del juego entre Millonarios y César Vallejo, murió un colombiano másen una de esas grescas entre barras. Mark Twain lo dijo bonito: "la diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta, es la misma que entre el rayo y la luciérnaga". Esta gente encapuchada, de tenis cochinos y pantalones escurridos, se merece estas palabras y otras más fuertes. ¡Cutres! ¡Vándalos! ¡Desadaptados! Olvidémonos todos aquí de la libertad. Debería prohibirse que el hincha se tape el rostro en el estadio y sus alrededores. En Twitter: @javieraborda

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