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El deber del hincha

Cristiano Ronaldo pidió atrevidamente a la afición del Real Madrid un cambio de comportamiento, porque en la pasada fecha de la Liga española la gente chifló por momentos a los jugadores en el estadio Santiago Bernabéu tras el pírrico triunfo 1-0 sobre Osasuna. Él no es Raúl. Es decir, no es un ícono del Real. No es Casillas, ni Guti ni nadie que se le parezca. Cristiano Ronaldo es el fichaje más caro de la historia hasta el momento, 94 millones de euros, y literalmente ha sido caro. Su juego en el Madrid ha sido pobre. "A veces (los hinchas del Real) sí son impacientes. Los jugadores intentamos de todo para jugar bien y dar espectáculo pero a veces no es posible. Por eso es mejor que el público ayude animando para motivarnos a jugar bien. La energía que gastan para silbar la pueden aplicar para apoyar", aseguró el portugués. Y sí, tiene razón. El hincha idealmente debe motivar al equipo. Pero tampoco se le puede obligar a callar o a cambiar sus alaridos si lo que ve no le gusta. Menos en una escuadra que se precia de ser la mejor del siglo XX, según la FIFA, y que busca serlo en esta centuria. Al Real, como a muchos otros equipos de élite, no le basta con ganar. Fabio Cappelo les dio una Liga en 2007 y no fue suficiente. Fue despedido sin drama porque su escuadra era incipiente. El hincha de hoy generalmente no es romántico ni calmado. Critica y se enfurece. Alega, manotea, increpa. ¡Grita! El hincha hace valer ese derecho cuantas veces le venga en gana. Para eso paga. La boleta, infortunadamente, da permiso de ser un patán en público. Hay otros, mejores, que son más fiscalizadores, que sí van tranquilos al estadio a ver fútbol. Ronaldo les pide en todo caso a los hinchas del Madrid “intentar de vez en cuando entusiasmarnos a nosotros. Es difícil pero tienen que intentarlo”. Curiosa percepción, ¿no? ¿Habrá acaso mejor motivación que jugar en el Real Madrid, que le paga a él una millonada y lo trata como un príncipe? La leyenda cuenta que el primer hincha de fútbol de la historia vivió en Uruguay, a comienzos del siglo XX. Se llamaba Prudencio Miguel Reyes y amaba al Nacional de Montevideo. Recibió el apodo por inflar (hinchar) pelotas y los rugidos que pegaba animando a su escuadra. De Uruguay también es Eduardo Galeano, quien en su famoso libro “El fútbol a sol y sombra” escribió que “jugar sin hinchada es como bailar sin música”. La afición es parte de la fiesta, claro. Pero el jugador la organiza y la ameniza a su gusto. Cristiano Ronaldo puede quejarse así todo lo que quiera de los hinchas pues ellos, también con propiedad, pueden remilgar de él en igual o mayores proporciones. Vale recordar al fin y al cabo que los grandes equipos reciben aplausos fuera de casa. El hincha también tiene la grandeza de reconocer la belleza en el triunfo ajeno. Twitter: @javieraborda

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