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Ramón Hoyos Vallejo, el hombre que reemplazó al Dorado

La era del mito en el fútbol colombiano tiene pocos nombres colombianos y muchos llegados del sur. El Dorado, ese momento ubicado temporalmente entre 1949 y 1953, pero eterno en la memoria de todos los hinchas que nos llenamos de sueños imaginándonos a Di Stéfano y Pedernera con la camiseta de Millos, Pontoni con la de Santa Fe, el gran Heleno con la de Junior, Tito Draco con la del DIM, Vides Mosquera y Valeriano López con la del Cali, Villaverde y Barbieri con la del Cúcuta, Deambrossi con la del Bucaramanga... fue mágico, sin duda, pero prestado. Si uno repasa las sensacionales nóminas de la época se encontrará con pocos referentes nacionales: 'Cobo' Zuluaga en Millonarios, 'Caimán' Sánchez en América, Cali y Junior, 'Chonto' Gaviria en Santa Fe, 'Memuerde' García en Junior, el mítico 'Turrón' Alvarez en Nacional... los verdaderos ídolos colombianos estaban en la acera del frente, en el otro deporte que desde que en 1951 nació la Vuelta a Colombia se robaba la atención de un país que no quería saber más de violencia política. Y entre todos los nombres del ciclismo había uno que generaba amores y odios pero nunca indiferencia, la primera superestrella de las bielas, el hombre que falleció esta madrugada en Medellín, cerca a su natal Marinilla, una leyenda llamada Ramón Hoyos Vallejo. En 1953, cuando El Dorado dijo adiós al comenzar el éxodo de los cracks de otras nacionalidades, encabezados por Di Stéfano y su novela entre Barcelona y Real Madrid, Ramón Hoyos Vallejo comenzaba su leyenda ganando la primera de las cinco Vueltas a Colombia que quedaron a su nombre, récord que sólo superó en los 70 Rafael Antonio Niño. Sin embargo, 'El Marinillo' se convertiría en mito dos años después. Ramón Hoyos Vallejo llegó a los Juegos Panamericanos de Ciudad de México como el mejor ciclista nacional. Sus títulos en las ediciones de 1953 y 1954 de la Vuelta a Colombia lo habían convertido en el mayor ídolo deportivo del país, y habían convertido al departamento de Antioquia en la tierra de los más grandes pedalistas de esos tiempos. Pero el problema es que en México estaban los mejores de todo el continente, comenzando por el extraordinario equipo anfitrión, comandado por Rafael Vacca. Sin embargo, Colombia tenía lo suyo. Hoyos Vallejo no sólo tenía la experiencia local, sino que ya había tenido la oportunidad de conocer el trabajo de los grandes pedalistas europeos. Además, a ‘Don Ramón de Marinilla’ lo escudaban el cundinamarqués Benjamín Jiménez, soldado de profesión y legendario trepador de montañas, Justo ‘Pintado’ Londoño, su gran coequipero en la Vuelta a Colombia, y el mítico ‘Zipa’ Forero, el ciclista colombiano más famoso en el mundo por esos días. Ellos cuatro, operando como una máquina perfectamente aceitada, destrozaron a los cuartetos de México, Argentina, Venezuela, Brasil, Uruguay y Guatemala, y lograron las dos primeras medallas de oro en la historia del ciclismo colombiano en unos Juegos Panamericanos. Colombia, que en la primera edición de estas justas había logrado un solitario oro en atletismo con el gran Jaime Aparicio, alcanzaba gracias al ciclismo su mejor figuración deportiva internacional con los primeros lugares en el podio de Hoyos Vallejo y del cuarteto que él conformó. Además, Benítez obtuvo una más que meritoria presea de plata y en la pista Octavio Echeverri también logró el segundo lugar en los 1.000 metros contra el reloj. Ese año, además, se disputó la más legendaria Vuelta a Colombia de todos los tiempos y Ramón Hoyos Vallejo, ‘El Campeonísimo’, logró una gesta que nadie ha logrado superar 55 años después: fue campeón del certamen ganando 12 de las 18 etapas disputadas, las seis primeras de forma consecutiva. De nada valió la presencia del ex campeón Bayaert, ni el trabajo del ‘Zipa’, ni la notable actuación del equipo mexicano de Rafael Vacca; la superioridad de ‘Don Ramón de Marinilla’, como lo llamaba el locutor Carlos Arturo Rueda, era incontestable y no sólo por sus condiciones, sino por el respaldo de un equipo excepcional, la famosa ‘licuadora paisa’. El técnico argentino Julio Arrastía Bricca formó un pelotón de escuderos que garantizaron el triunfo de Hoyos o, de no ser este posible, de un pedalista antioqueño. Eran ellos los que determinaban cuándo se atacaba o en qué momento se debía ir con calma, y el término de licuadora nació porque aquel que no cumplía con sus mandatos simplemente era ‘licuado’ del lote. Por eso mismo fue que entre los siete primeros de la general no había nadie que no hubiera nacido en ese departamento. Hay una anécdota espectacular de esa Vuelta que muestra el impacto que tenía la presencia de Hoyos Vallejo en las carreteras del país: La etapa Pasto-Tulcán fue un infierno. La lluvia había deteriorado un camino de herradura y los ciclistas se resbalaban y caían por doquier. Sin embargo, al día siguiente, cuando la prueba regresaba de Tulcán por ese mismo camino, el pelotón que comandaba 'El Marinillo' se encontró con lo inesperado: la vía estaba perfecta. Apenas cruzó la meta el último ciclista de la etapa, el ingeniero jefe de la zona, Luis Palacios, convocó a todos los hombres de la región y en un tiempo récord lograron drenar la carretera, aplanarla y eliminar cualquier riesgo que esta tuviera para los pedalistas. La Vuelta a Colombia había obrado su primer milagro. Hoyos lograría su cuarto título consecutivo un año después, y lo volvería a obtener en 1958. La corona del 57 fue para el español José Gómez del Moral, quien aprovechó el retiro de la armada antioqueña para dar el segundo golpe extranjero a nuestra gran prueba. Ese 1958 fue el último episodio de ese mito nacido en Marinilla. El furor por el ciclismo en el país había dejado atrás al fútbol y los periódicos y las emisoras le dedicaban más páginas y tiempo a los pedalazos que a lo que sucedía en un campeonato de pelota en el que incluso los excampeones Nacional y Medellín se habían tenido que fundir en un mismo equipo, el Independiente Nacional, para poder participar ese año. Por eso cuando Angelo Fausto Coppi aterrizó en el Aeródromo de Techo el 18 de diciembre de 1957 Colombia entera se paralizó. A fin de cuentas, se trataba nada más y nada menos que del campeón mundial del 53, del dueño del récord de la hora por catorce años y del hombre que al pisar el Hotel Tequendama, en donde se alojó, contaba con dos títulos del Tour de Francia y cuatro del Giro de Italia. Era el mejor ciclista del mundo, el ‘Campionissimo’, y fue la primera superestrella de las bielas que llegó a nuestro territorio. Coppi llamó tanto la atención, que incluso en el diario El Tiempo dieron como un hecho su participación en la Vuelta a Colombia de 1958, ya que varios empresarios estaban reuniendo el dinero para montarle un equipo y acabar así con la hegemonía antioqueña del multicampeón Ramón Hoyos Vallejo. Esto, por supuesto, no se dio. Pero lo que sí se vivió en las carreteras del país fue el duelo particular entre Coppi y Vallejo en la tercera edición de la Clásica El Colombiano, organizada por el tradicional diario de ese nombre. Varios patrocinadores respaldaron a Coppi, y su presencia atrajo a la más nutrida delegación de figuras extranjeras que hubiera visto Colombia. En la prueba doble entre Medellín y La Pintada estarían el italiano, sus paisanos Ettore Milano y Luigi Casolla, y el suizo Hugo Koblet, campeón del Tour en 1951 y tres veces campeón de la Vuelta de su país. Sin embargo, a pesar del favoritismo y de la increíble experiencia de los europeos, el campeón fue Hoyos Vallejo. Koblet y Coppi impusieron condiciones, no se descolgaron en los ascensos y dieron cátedra sobre cómo descender, pero en el segundo y último día de la prueba, en pleno ascenso, el italiano no pudo aguantar el ritmo y ‘Don Ramón de Marinilla’ logró vencer al mejor ciclista del mundo con una ventaja escandalosa. Hoy murió esa leyenda, el primer deportista capaz de eclipsar al fútbol en un país en el que a veces pareciera que no hay otro deporte. Por eso desde esta lejana esquina de internet lo único que puedo es darle las gracias por el mito, por la gloria, por el ciclismo, y asegurarle a la memoria de Ramón Hoyos Vallejo,  ‘Don Ramón de Marinilla’, que nunca será olvidado. En Twitter: @PinoCalad

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