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Solo un gamín se enorgullece de ser barra brava

No es posible que alguien que se precie de ser hincha lleve un cuchillo de carnicero al estadio. O que mande como jabalina media de aguardiente al campo con la intención de descalabrar a algún despistado kinesiólogo o jugador. Tampoco se entiende por qué algunos se quitan la camiseta en las tribunas y dejan su torso desnudo si eso, el color de la divisa, es precisamente lo que lo identifica a uno como seguidor. Y menos que se haga bajo un frío que hace tiritar, como si eso demostrara una fuerza que al final es inexistente. El estereotipo es de hombres menores de 30 años, pelo largo o descuidado, tatuajes hechos con tinta y aguja caliente, mugre a la vista, olor a marihuana o cigarrillo barato, baja escolaridad, tenis rotos y pobreza. El fútbol no debe ser de los ricos, pero tampoco de mendigos. Y de estos últimos cada vez hay más en los alrededores de los estadios. “Una monedita para la boleta, loco”, piden. Y hay quienes les dan, con miedo. La defensa de los barras bravas es que no todos son maleantes, sino tan solo unos pocos anárquicos. Que sí van a alentar a sus equipos, así sea de espaldas a la cancha (sin ver el partido) o bailando coros argentinos con el guarro de al lado. Esgrimen que hasta hacen labores sociales. Pero aun cuando se sabe que generalizar es malo y que seguramente hay quienes cumplen con una conducta decente, tiene muy poco valor pertenecer a este tipo de agrupaciones. No se gana nada con estar ahí, en medio de esa peligrosa multitud. Si acaso problemas. O penas. Aquel que gusta del fútbol quiere ir a ver fútbol. Nada más. Lo demás es añadido. La compañía, el desahogo, el ambiente… Cosas que son apropiadas para el disfrute, aunque no imprescindibles. El hincha no puede renunciar a su equipo, pero sí a una barra. Cuando las personas que están cerca esconden navajas y se la pasan drogados, se está en el lugar equivocado. La vida no vale menos que un gol y estas cancerígenas manadas cuentan entre sí maleantes capaces de afrentar a quien se les venga en gana. Incluso a sus mismos ‘parceros’. Todo sin explicación. Tristemente, sus integrantes se reproducen como ratones, mientras otros animales se alejan del estadio por simple instinto de supervivencia. En Twitter: @javieraborda

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