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Yo quiero ser quinto árbitro (o sexto)

Viáticos para ir a Madrid. La semana siguiente, a München. Quizá en un mes, Milán o Londres. Llegar allí, darse una vuelta, conocer la ciudad, quedarse en un buen hotel. Entre una cosa y otra, algo de trabajo: pararse en primera fila a ver en vivo y en directo a los mejores futbolistas del mundo sin preocuparse de nada. Quizá todos hemos soñado alguna vez con un trabajo así. Descrito de esta forma suena hasta idílico. Y esto es lo que hace el quinto (y el sexto) árbitro. El fútbol tiene como uno de sus componentes esenciales el atribuirle un poder casi absoluto al árbitro de turno. Como lo indica su nombre, sus decisiones son eso, arbitrarias. Son indiscutibles y prácticamente irreversibles. Y tienen una capacidad única de alterar no solo el resultado sino el devenir de un  partido, con las implicaciones lógicas que tiene eso en la psicología y en la economía de miles de personas que están implicadas laboral y emocionalmente con los equipos que están en juego. Por eso es tan importante que los árbitros tomen decisiones correctas. Sabiendo todo lo que puede llegar a implicar una equivocación, la UEFA quiso limitar el margen de error poniendo un juez en cada arco para que colabore en la toma de decisiones que se refieren a goles o jugadas dudosas en el área. Pero la búsqueda de la solución es también el inicio del problema, porque, utilizando una lógica un poco improcedente, podríamos decir que a más árbitros, mayor arbitrariedad. Bajo el refrán popular que dice que poco ayuda el que mucho estorba, el quinto y sexto árbitro amparan su inutilidad precisamente en el hecho de que tienen cuatro personas por delante con más responsabilidades que ellos. Dicho en otras palabras, tienen cuatro espaldas detrás de las que esconderse. Suficiente como para no complicarse la vida nunca en decisiones que puedan arrostrarle insultos y responsabilidades innecesarias. -“¿Hermano, fue penal”? –“Uy, no vi bien. Yo creo que ese man se tiró. Pero lo que le diga es mentira”. Esa podría ser la reproducción de una conversación que se repite repetidas veces entre el juez central y el quinto árbitro. Éste último, a sabiendas de que el que recibirá el chaparrón será el otro,  nunca se va a mojar innecesariamente. De hecho, desde que existe la medida de poner más árbitros, nunca he visto uno solo que lo haga. Ni un gol, ni un penal, ni una mano, nada. Nunca he visto a uno solo de esos colegiados siendo determinante en una decisión del central. Es por eso que se convierte en urgente que las autoridades del fútbol comiencen a tomar medidas que no sean solo paños de agua tibia para resolver los problemas arbitrales. Es cierto que hace parte de la esencia del fútbol, pero podemos mejorar el juego sin necesidad de quitar lo esencial. A todos nos encanta llegar al bar o al café a discutir eternamente sobre determinada jugada, y nos gusta todavía más que el consenso sea casi imposible. No pretendo que el fútbol sea un deporte jugado entre robots, pero sí quisiera que fuera un poco más justo. O que por lo menos tenga las herramientas para serlo. Los cuartos de final de la Champions League fueron muestra clara que lo del quinto y sexto árbitro no funciona. En las cuatro llaves hubo polémicas arbitrales de todo tipo y en ninguna aparecieron estos muchachos para resolverlas. Penales no cobrados y goles mal convalidados fueron la constante en esos ocho partidos. La figura del quinto árbitro, concebida para esconderse, metió la cabeza en la tierra como el avestruz. Al fin y al cabo, el que recibe los palos de la prensa y los insultos de los hinchas sería el central o el juez de línea, como efectivamente sucedió. En fin, que viajar a Madrid o a München o a Milan a ver un partido de alto nivel en primera fila es un deseo de todos. Por eso criticar la figura del quinto árbitro puede ser solo un producto de la envidia por no ser yo el que ocupa ese lugar. Pero quizá, en algún rescoldo de mi corazón, lo que deseo es que el fútbol sea un deporte un poco más justo. Por eso aspiro a que entre todos busquemos soluciones más efectivas, distintas a simplemente ampliar las posibilidades entre los potenciales destinatarios de nuestros insultos. Por: Luis Miguel Bravo Álvarez (@LMiguelBravo )

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