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El nocaut que nadie vio

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Teófilo Gutiérrez, delantero del Junior. Colprensa

Cuando vi el domingo a Teo Gutiérrez desvanecerse de repente y con retardo tras un golpe inexistente de Aldo Leao Ramírez, en el partido Junior-Nacional, recordé a Pambelé.

Dicen los historiadores que en su naciente carrera como fajador del montón, antes de ser indiscutido campeón mundial, Pambelé pactó con empresarios inescrupulosos una caída en el cuarto asalto de un combate sin trascendencia. No previó el convenio similar de su rival para desmoronarse en el segundo asalto, sin recibir golpe alguno.

Pambelé y su oponente fueron sancionados dos años. La situación fue recreada en el libro “El oro y la oscuridad”, la vida gloriosa y trágica de nuestro campeón mundial, con la autoría de Alberto Salcedo Ramos.

Fue Teo el personaje de aquel partido por su influencia en el juego, su presencia en el gol y su maravillosa asistencia, gambeta de por medio, para el segundo tanto del rotundo triunfo de Junior ante Nacional. Pero empañó su gestión con la treta aquella con la que pretendió confundir al árbitro, llena de marrulla por lo fingida.

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Tan parecida a la del Piojo Acuña, cuando jugaba con Junior, al inventar un penalti cuando nadie lo tocó, lo que lo marcó de por vida, como arquitecto de una de las peores trampas del juego.

La sanción a Teo, de dos semanas con fuerte multa, forma parte de la cruzada encomiable de la Dimayor para erradicar simulaciones y trampas con sanciones por video y de oficio. Por figura que sea, no puede ser Teo la excepción, al invitar al árbitro al error. Si en Colombia cojea la justicia con ímprobos fallos que atortolan, el fútbol tiene que desconectarse en sus decisiones de fallos amañados, para fortalecer su credibilidad.

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Pero no puedo convertirse el caso  Teo en el hecho primordial de una jornada futbolera en Colombia enmarcada por goles criollos de factura y partidos intensos y emotivos, como la del fin de semana anterior.

Otros aspectos fueron relevantes, incluidas las frases célebres y estúpidas de algunos entrenadores, desquiciados quizás por los resultados, que bordean el ridículo, enredando más que Ricardo Arjona en sus canciones, o los predicadores de la superación personal, algunos enriquecidos con su charlatanería.

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