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El que nunca se fue, volvió para los incrédulos

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Bajo su pensamiento estaban dos jugadas que había realizado minutos atrás: un penal errado y un balón perdido que tenían a su equipo con un empate. Sus fantasmas del pasado junto con el hostil entorno que le recordaba aquella ciudad lo tenían más agitado de lo normal.

De repente, ve que tiene un espacio gigante para correr, automático, como la mayoría de los movimientos que ha hecho durante 16 años de profesional, se lanza sin pensarlo. Voltea a mirar y le han lanzado un perfecto pase de más de 50 metros.

Cuando el balón va llegando, su mente queda en blanco y solo ve el arco. Sus latidos son muy rápidos y tiene que inhalar profundo, en fracción de segundos se olvida de su edad, sus pasados errores y con la fuerza que ha sacado de inagotables entrenamientos recibe, aguanta el balón y engancha camino al área. Ya no piensa, es un animal, cómodo en su sitio. De reojo ve que el defensa que lo perseguía ha caído al suelo en su afán de quitarle el balón, también siente como dos rivales se le acercan por derecha e izquierda, levanta la cabeza y observa que el gigante de 1,86 que custodia el arco ha salido de su zona segura. Entonces rememora: 'esto ya lo he hecho'. Acomoda su cuerpo, pone su pie derecho apenas debajo del balón y un fino golpe de empeine lo levanta. La vaselina sale perfecta.

Él lo sabe, aprieta los dientes porque lo sabe, no termina de ver que el balón entra a la red y corre con la energía que tiene cargada por más de 1000 días. 1000 días de leer, escuchar y sentir críticas. De pasar de cenas con presidentes de los mejores clubes a tener que entrenar con niños de 18 años.

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1000 días dónde veía por sus redes sociales como los mismos que lo admiraban y le escribían cartas de felicitación, se burlaban y lo mandaban al olvido.

Cuando acabó el juego se le acercaron tanto rivales como compañeros. No tenían que decirle nada, sentía el respeto en su mirada. Luego, cuando la prensa llegó a entrevistarlo vio como los mismos que lo ahogaron dos años atrás, le daban palmaditas en la espalda y le sonreían.

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Al final en la intimidad del camerino, tomó ligeramente la pierna izquierda que tanto lo había hecho sufrir, miró al cielo, agradeció a su Dios y gritó en los tres idiomas que conoce.

‘¡Volvió!’, escuchó que dijo un compañero a lo lejos, sabía que no era con él pero respondió: ‘yo nunca me he ido’ y sonrió.

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