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Hincha vio morir a su padre durante el encuentro de San Lorenzo y Bolívar

Lucía Daniela Bodo relató en una emotiva carta cómo su padre disfrutaba de la semifinal de Libertadores, que al final se convirtió en el último que disfrutaron juntos.

Hola a todos, ojalá que esto llegue a quienes tiene que llegar.

Mi nombre es Lucia Daniela Bodo, Socia n°44030. Hace más de 12 años que voy a la cancha con mi papá, Juan Carlos Bodo Socio n° 44028.

Gracias a San Lorenzo hemos compartido sentimientos y experiencias únicas. Mi papá no me solía abrazar seguido, sin embargo, bajo las luces del Nuevo Gasómetro en cada gol lo tenía rodeándome en sus brazos.

Mi viejo no lloraba nunca, aunque últimamente con sus problemas de salud, más de una vez lo vimos lagrimear. Sin embargo, no sentía vergüenza de hacer pucheros y dejar caer las lágrimas ante un resultado agónico, una clasificación épica o un éxito social como el día en que volvimos a Boedo.

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Mi viejo era quien quería ser ahí, solo ahí, en la butaca 20 de la fila 7 del sector preferencial en la platea Sur. Y yo, su hija del medio, fui la única testigo de eso por años.

El miércoles 23/07, luego de más de 1 mes de vigilia y ansiedad por ver a su San Lorenzo querido al fin en la semifinal de una Copa Libertadores, fuimos a la cancha como lo hemos hecho cada vez durante estos 12 años. Tuve la suerte, profunda suerte, de que nos abrazáramos 3 veces en la misma noche: la primera en el gol de Matos, la segunda en el de Emanuel Mas y la tercera con la definición del Pichi Mercier. Esa tercera, yo no lo sabía y el tampoco, sería la última.

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En el 3-0 me dijo que se sentía mal y que iba al baño. Lo seguí. Lo seguí por esas cosas de la vida, porque cada vez que fue al baño siempre me decía que me quedara sentada. Pero esta vez lo seguí. Ya en el entrepiso de la Sur, se sentó en el suelo y con una cara de preocupación rara me dijo que le dolía el pecho. Corrí, grité, transpiré la camiseta como los 11 que mientras tanto le regalaban a mi viejo la clasificación a la final. Hasta que encontré una ambulancia.

En la ambulancia, que hizo lo más rápido que pudo hasta el hospital Piñeiro, mi papá se estaba dando por vencido, no paraba de mirarme y de hacerme entender que había estado donde quería estar y con quien quería estar. Antes de bajar de la ambulancia, le dije que San Lorenzo estaba ganando 4-0 (el cuarto lo escuché de lejos) y me dijo: "Bueno, mejor así".

Así es como quería dejar las cosas, con el sueño de la Copa Libertadores casi servido para que yo lo disfrute por los dos. Mejor así, como dijo el, mejor así que vinimos a ver a nuestro amado San Lorenzo hoy, juntos, y nos abrazamos tantas veces. Mejor así que murió una hora después con la azulgrana puesta y con la tranquilidad de que yo estaba cerquita, muy cerquita suyo. Mejor así que lo último que vio fue el gol del Pichi Mercier y mi cara diciéndole a los ojos que todo iba a estar bien.

Esta es la historia más triste que me tocó relatar en mis 27 años. Pero es la historia que quiero que conozcan. La de un cuervo de ley, que murió en los tablones, fiel a su amor San Lorenzo. Es la historia de un socio refundador, de un guardián de la vuelta a Boedo, que desde hace rato ya tiene pagado su metro cuadrado. Es mi historia, la de una chica que amaba ir a la cancha con su papá y que a partir del miércoles pasado solo lo hace desde sus recuerdos.

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No pretendo nada con este mail. Solo contarles la historia, porque el Club también es mío y quiero compartirlo con ustedes. Que las autoridades de San Lorenzo sepan la calidad de socios, de hinchas que tienen. Que entre todos sigamos haciendo grande a la institución porque realmente, es grande por su gente, por gente como mi viejo.

Gracias!

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Lucia.

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