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Moraleja para Alemania: “Los partidos duran 90 minutos”

Así como en 1954 los alemanes consiguieron un título mundial frente a Hungría, tras comenzar perdiendo 2-0, esta vez el fútbol los castigó con el 4-4 con Suecia.

Herberger impulsor de esta "moraleja", tenía otra colección de obviedades como la de que "en el fútbol siempre juegan once contra once" o la de que "el balón es redondo". Todo ello marcó el fútbol alemán durante años.

La idea de no dar un partido por perdido, o por ganado, hasta que los dos equipos estuvieran duchados y subidos al bus, la conciencia de que contra cualquier rival, así fuera la Hungría de Ferenc Puskas, se podía ganar. Y que también contra cualquier rival se podía perder.

Al fin de cuentas, siempre se juega once contra once. Y aunque sobre el papel el rival sea superior y vaya ganando con claridad, en la final del 54 Hungría iba ganando 2-0 y terminó perdiendo 2-3 frente al poderío ‘teutón'.

Este martes, Alemania pareció olvidar esa parte de su ADN a partir del minuto 60 del partido contra Suecia y dio el juego por terminado cuando Mesut Özil marcó el 4-0.

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Suecia no. Y cuando Zlatan Ibrahimovic hizo el 4-1 fue a buscar el balón al fondo de la red y arengó a sus compañeros como diciéndoles que ya sólo faltaban tres goles. Como seguramente hubiera hecho un jugador alemán hace 30 años.

En las reacciones hay consenso en que la última media hora fue un desastre para Alemania. Es un elemento más para la discusión acerca de la pérdida de las virtudes alemanes, como la voluntad de ganar a toda costa y para la tesis que, ahogada en calidad técnica y en belleza en la parte de adelante, Alemania olvidó su voluntad de hierro y su fuerza de choque.

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Los primeros sesenta minutos alemanes, en eso también hay consenso, fueron un poema. En ellos se vio de todo lo que son capaces en una buena noche jugadores como Marco Reus, Özil, Toni Kroos o Thomas Müller. Nadie quisiera extrañarlos. Pero muchos si extrañan otro tipo de jugadores.

Con respecto al partido, el exinternacional Fredi Bobic lamentó la baja de Sami Khedira, tal vez el jugador actual que, pese a ser mitad tunecino, mejor encarna las viejas virtudes alemanas.

Hace unos meses, cuando el Bayern perdió la final de la Liga de Campeones contra el Chelsea, Uli Hoeness expresó su nostalgia por un jugador como Jens Jeremies que, dijo el presidente del Bayern, "hacía que a los contrarios les dolieran las pantorrillas cuando lo veían desde lejos".

Jeremies era uno de esos jugadores que ponía toda su potencia física y todo su oficio en el asador para compensar sus limitaciones. Los alemanes actuales parecen sentir que no tienen necesidad de ello.

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La esperanza, para el exjugador del Bayern Mehmet Scholl, es que ese partido haya sido una lección para muchos. Scholl no quiere que se hable mal de ese partido. "Goce demasiado los primeros noventa minutos", explicó.

"Además, todo puede tener su aspecto positivo. De un partido así se puede aprender mucho. En el futuro, cuando alguien afloje un poco después de irse en ventaja, los otros le recordarán el partido contra Suecia y algo así no volverá a pasar", dijo el exjugador.

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Con respecto a los equipos alemanes del pasado, Jorge Valdano una vez dijo que podía no ser agradable verlos jugar pero que era todavía más desagradable jugar contra ellos.

Este martes, la historia pareció al revés. La primera hora del partido, fue muy agradable ver jugar a Alemania. Pero para los suecos en la media hora del encuentro final fue muy agradable jugar contra una Alemania que dio por cerrado el compromiso y que no encontró como reengancharse tras ver que Suecia se aproximaba.

Lo que muchos ahora piden a gritos es que Alemania vuelva otra vez a ser un equipo desagradable, tal vez con menos arte pero con más efectividad. En el fútbol, como decía Berti Vogts -el último seleccionador alemán en alcanzar un título- no se otorgan premios de belleza.

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