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América y la Lista Clinton: una historia de infierno y purgatorio

El 3 de abril de 2013 el 13 veces campeón hizo oficial el fin de sus penas con la salida de la lista negra. Esta es la historia sobre cómo el América cayó en manos del narcotráfico y tuvo que pagar por ello.

Hoy es fácil negarlo, pero a finales de los 70 la economía nacional empezó a girar alrededor de nuevos ricos que, en medio de rumores y sin que nadie en verdad los señalara, eran narcotraficantes.

Estos personajes fueron vistos con complacencia pues, ante la crisis económica de la administración López Michelsen, con un estancamiento de la agricultura, un descenso en la construcción, la transformación del país de exportador a importador de petróleo, los altos índices de desempleo, la inflación y los paros que se sucedían unos a otros, estos personajes eran los únicos con la capacidad económica de generar empleo e inversiones.

Sin embargo, la tradicional elite colombiana no los recibía con agrado en su círculo social pues, a fin de cuentas, a pesar de tener mucho dinero los nuevos ricos, o "mágicos" como se les empezó a llamar, provenían de clases humildes y, en el mejor de los casos, de una clase media con apenas intento de estudios universitarios.

Así que, a pesar de crear y comprar empresas y propiedades que los distinguieran como una clase empresarial e inversionista, y que sobre todo ocultaran sus actividades ilícitas y justificaran sus fortunas, los nuevos ricos necesitaron un medio de unirse e integrarse a la elite y la solución para esto fue el fútbol, que tradicionalmente controlaban las grandes familias de cada región.

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Al finalizar los 70 y empezar los 80 los equipos grandes del país enteraron en crisis como toda la economía nacional y, en medio de esa búsqueda de fondos, aparecieron los "mágicos" que, en su búsqueda de aceptación y apoyo social, se convirtieron en los redentores económicos del fútbol colombiano.

Ese fue el punto de entrada de los hermanos Rodríguez Orejuela al América de Cali y el comienzo de una maldición que llevó al club a 13 títulos en Colombia y cuatro finales de Copa Libertadores, pero que casi acaba con una institución que hoy está en la segunda categoría.

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Los Rodríguez Orejuela y el fútbol

Está documentado que en 1977 Gilberto Rodríguez Orejuela, que junto a su hermano Miguel y un amigo llamado José Santacruz Londoño había establecido una sólida ruta de tráfico de cocaína hacia EE.UU. y ya era respetado como gran empresario vallecaucano siendo propietario de múltiples empresas como Drogas La Rebaja y el Grupo Radial Colombiano, buscó comprar acciones del Deportivo Cali, el mejor equipo de los últimos quince años, en cuya junta accionaria se podría codear con muchos miembros de la sociedad caleña como algunos Carvajal y algunos Lloreda.

La estructura organizativa de la Asociación Deportivo Cali, que impide socios mayoritarios y establece más de doscientos abonados, impedía que Rodríguez Orejuela controlara el club como era su intención y, además, el presidente de la institución, Alex Gorayeb, se opuso desde un comienzo a que un nuevo rico entrara a formar parte de los accionistas del equipo.

La realidad era que todos en la tolerante sociedad colombiana sabían quiénes eran esos nuevos ricos y de dónde salían sus fortunas, pero Gorayeb, en una carta a la junta directiva del Deportivo Cali, les pidió que no aceptaran la propuesta de Gilberto Rodríguez Orejuela de capitalizar el club con aportes de su bolsillo y, de esta forma, el equipo impidió el ingreso de los llamados "dineros calientes" a sus arcas.

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El América, sin embargo, no era tan fuerte institucionalmente...

Propiedad de la tradicional familia Sangiovanni, el club rojo era inmensamente popular y era identificado como el equipo del pueblo aunque, hasta la fecha, no había logrado un título. Por eso la tremenda inversión de 1979, año en el que el club logró afanosamente su primera estrella de la mano de Gabriel Ochoa Uribe.

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Sin embargo, el gran gasto del primer título de los "diablos rojos" hizo necesaria la presencia de nuevos accionistas y, de esta forma, el 4 de enero de 1980 Miguel Rodríguez Orejuela pasó a ser el accionista mayoritario y, prácticamente, el dueño del club y a compartir mesa directiva con el prometedor político Manuel Francisco Becerra.

Comenzaba así la era de dominio del que luego sería el gran jefe del Cartel de Cali sobre un equipo que pasó de ser un tradicional animador a un constante protagonista del campeonato.

El América y el narcotráfico

Como se sabe, el América no fue el único club que tuvo vinculación con narcotraficantes. Gonzalo Rodríguez Gacha entró a Millonarios, Phanor Arizabaleta a Santa Fe, el entonces presidente de Nacional Hernán Botero Moreno fue el primer extraditado por conexión con el narcotráfico en Colombia, Gustavo Dávila fue acusado de narcotráfico siendo el dueño del Unión Magdalena, el mafioso Ignacio 'El Coronel' Aguirre fue dueño del Tolima, Pablo Correa y Héctor Mesa se adueñaron del Medellín y ambos fueron asesinados, así como Octavio Piedrahita, que fue cabeza de Nacional y Pereira...

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Aparte del ingreso como socio mayoritario de Miguel Rodríguez Orejuela, que trajo una serie de contrataciones de lujo que no se veían en el fútbol colombiano desde El Dorado y su fútbol pirata, el primer episodio que dejó claro que había mafia tras el club sucedió el primero de diciembre de 1981.

Ese día una avioneta sobrevoló el estadio Pascual Guerrero de Cali, anunciando la creación del grupo Muerte A Secuestradores, MAS, mientras se jugaba el primer partido del cuadrangular final del fútbol colombiano entre América y Nacional.

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El espectáculo fue increíble, y no por el juego: los espectadores vieron cómo del cielo caían papeles con un comunicado que decía que 223 capos aportaron 9 millones de dólares y 2000 hombres armados para combatir el secuestro y que "van a ejecutarse tanto los delincuentes comunes como los grupos guerrilleros... De no ser localizados los autores directos recaerá la acción sobre sus compañeros en la cárcel y sobre sus familiares más cercanos".

Era una retaliación de los nuevos ricos contra la guerrilla por el secuestro de la hermana menor del clan Ochoa y el comienzo oficial del paramilitarismo en Colombia.

Sin embargo, en el plano futbolístico, también se veía la presencia de los Rodríguez Orejuela. El América de Cali llegó a tener una nómina de 150 jugadores, algo absurdo para el fútbol colombiano pues ni siquiera los equipos más poderosos del mundo de la época, Real Madrid e Inter de Milán, tenían más de 50 jugadores a su cargo.

Todo explotó el 21 octubre de 1983 cuando el entonces Ministro de Defensa Rodrigo Lara Bonilla, en rueda de prensa le dijo a todos los medios nacionales e internacionales que "Los equipos de fútbol profesional en poder de personas vinculadas al narcotráfico son Atlético Nacional, Millonarios, Santa Fe, Deportivo Independiente Medellín, América y Deportivo Pereira". Fue el primer paso de la guerra del Estado contra el narcotráfico y la sentencia de muerte de Lara Bonilla, quien sería asesinado el 30 de abril de 1984.

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La Dimayor, en cuyo consejo directivo se encontraban Juan José Bellini, la mano derecha de Miguel Rodríguez en el América, Eduardo Dávila Armenta, Hernán Botero y Octavio Piedrahita, negó la vinculación de estos clubes con dineros ilícitos y desconoció las acusaciones del Ministro.

El diario El Espectador asumió la fiscalización de las actuaciones de los narcotraficantes y había empezado a denunciar desde hacía un tiempo atrás la podredumbre de la sociedad colombiana por su tolerancia con la mafia. El 24 de octubre, dos días después de las declaraciones de Lara Bonilla, Guillermo Cano escribió un editorial llamado El Gol de la mafia en el que advertía sobre el narcotráfico en el fútbol diciendo:

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"Esta es otra actividad que estos traficantes quieren dominar alegando posiblemente que sólo tratan de hacer la felicidad de los espectadores, tan entusiasmados por este deporte. Como lo gritan el cínico propietario de discotecas en Pacho o los deslenguados "benefactores" que en Antioquia y el Quindío intentan ganar el favor político con obras de acción comunal, obviamente halagadoras para los desposeídos que con miopía comprensible nada ven del sucio soborno que en esta forma se les propone".

Lamentablemente el público, y especialmente los seguidores del América, aceptaron este soborno pues el equipo que sólo diez años atrás peleaba la cola del torneo se volvía a imponer en 1983 como lo había hecho el año anterior, y exhibía en las canchas del país una constelación de estrellas suramericanas que era imparable. Fue un segundo Dorado pero esta vez auspiciado por el narcotráfico.

Jugaron en el América, que terminaría campeón también en 1984, 1985 y 1986, el arquero Julio César Falcioni que era tan bueno que fue nacionalizado para volverlo el arquero de la Selección Colombia, los mundialistas peruanos César Cueto y Guillermo la Rosa, los seleccionados paraguayos Juan Manuel Bataglia y Gerardo González Aquino, los argentinos Roque Raúl Alfaro y Ricardo Gareca, y el mejor jugador colombiano de los 70 y los 80, Willington Ortiz.

El equipo de los Rodríguez Orejuela parecía una selección de estrellas de América, y en Cali se murmuró incluso que traerían para mediados del 84 a un excelente jugador argentino que no la estaba pasando muy bien en el Barcelona de España y respondía al nombre de Diego Armando Maradona.

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El partido de los medios

El fútbol de los 80 en Colombia fue espectacular. Los dineros del narcotráfico nos colmaron de estrellas, los estadios se volvieron a llenar y los medios y los equipos provecharon esta pasión y las publicaciones sobre el campeonato se multiplicaron.

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Los clubes grandes publicaron sus propias revistas, todas en papel fino y gran calidad en los colores y la diagramación, en las que trabajaron periodistas serios y reconocidos; y los periódicos, por su parte, publicaban todos los lunes sus separatas deportivas.

De igual forma, el cubrimiento televisivo de los goles y hechos de cada fecha por parte de los noticieros le robaba cada vez más espacio a las otras noticias, y ya se volvía común que en día de partidos la mayor parte del noticiero se la llevara el fútbol, algo curioso pues para la época ya había empezado la Guerra de los Carteles entre Cali y Medellín. Una guerra que, además, se vio en el fútbol entre América, Nacional, Medellín y Millonarios.

Por eso Miguel Rodríguez Orejuela asumió personalmente la bonificación de sus jugadores en los partidos clave y, como le dijo a la Revista Cambio en 1998 un jugador de la época que prefirió no dar su nombre "con él se pactaba el sueldo, las primas, los premios y a él acudíamos si había deudas, necesidades o no nos habían pagado el salario".

En estos arreglos con "don Miguel" los jugadores solían encontrarse en su casa con muchos políticos que iban a la casa del "patrón" a buscar financiación para sus campañas. Entre estos estaba el recién electo gobernador del Valle y antiguo miembro de la junta directiva Manuel Francisco Becerra quien en 1987, como Ministro de Educación, negó cualquier vinculación de los Rodríguez Orejuela con el narcotráfico y con el club de sus amores.

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El mismo anónimo jugador cuenta que los premios por ganarle a Millonarios y Nacional, o por lograr una victoria en la Libertadores eran muy buenos y "en promedio a cada uno le tocaba entre 500.000 y 10 millones de pesos" algo descomunal para un jugador si se considera que una de las estrellas de equipo, Ricardo Gareca, tenía un contrato mensual de 70.000 pesos y por viáticos ocasionales recibía 4 millones.

El fomento de Miguel Rodríguez Orejuela a sus jugadores llegó al extremo de darle como premio a Roberto Cabañas un pent house en el edificio más lujoso de la avenida Roosevelt de Cali por anotar el primer gol de la final de 1986 que le daría al América el sexto título en ocho años.

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Ahora bien, las continuas denuncias sobre compra y presión a los árbitros que vivió el torneo colombiano en estos años y que eran publicadas con preocupación por los principales diarios nacionales con titulares como "Escándalo en el fútbol" y "Mafia en el fútbol", no pueden demeritar del todo la labor deportiva de estos equipos, y no se puede desconocer la labor de un gran técnico como Gabriel Ochoa Uribe quien, como un trabajador incansable, planificaba cada partido y era un maestro de la estrategia y del manejo de grupos.

Por esto es que es comprensible su actitud de rabia en las finales de 1986 cuando, al criticarle la prensa por el claro dominio de su equipo en el campeonato mientras había equipos como el Nacional que practicaban un juego más lírico, Ochoa furioso dijo una frase que pasaría a la historia: "Cuando perdemos nos dicen malos y cuando ganamos, mafiosos".

La guerra en el fútbol

La Guerra de los Carteles metió al país en una sensación de caos y terror nunca antes vista: entre 1987 y 1989 murieron cuatro candidatos presidenciales, las cabezas de los policías tenían precios y los asesinatos selectivos y las bombas aparecían a diario. El fútbol no se libró de eso.

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Ningún colegiado quería pitar los partidos de Millonarios, Nacional y América en el campeonato de 1989 tras el riesgo que corrían si cometían algún error.

A mediados de noviembre, mientras el país veía como explotaban, bombas, aviones, buses y la gente en Medellín tenía miedo de salir de su casa, uno de tantos muertos que fue encontrado en las calles de la capital de Antioquia era el árbitro Alvaro Ortega que acababa de dirigir un partido del octogonal semifinal entre el DIM y América. Lo mataron por "vendido". Unos traquetos lo culparon de la derrota del DIM y de la pérdida de una fuerte suma de dinero que habían apostado, y lo abalearon.
El campeonato así se volvía insostenible. Los árbitros renunciaron y, el recién nombrado presidente de la Dimayor, Alex Gorayeb, se vio obligado a cancelar el torneo.

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El fútbol se reactivó en 1990 bajo presiones del gobierno y en medio de la crisis generalizada del narcoterrorismo en el país. América ganó nuevamente con un equipo lleno de jugadores santafereños que Phanor Arizabaleta le "prestaba" a Miguel Rodríguez desmantelando así a su equipo. Entre los jugadores que pasaron de Santa Fe a América vale la pena nombrar a Fredy Rincón, Wilmer Cabrera, Eduardo Niño y Sergio "Checho" Angulo.

Atlético Nacional quedó segundo y la misma fórmula, pero invertida se repetiría los años siguientes: Nacional ganó en el 91 y América en el 92 siendo respectivos subcampeones el uno del otro. Millonarios, tras la muerte del 'Mexicano', no pudo volver a dar la pelea.

Con buena parte de los capos de los 80 muertos o en la cárcel, el fútbol de los 90 cambió diametralmente ya que los clubes entraron en crisis, lo que permitió que equipos que explotaron sus divisiones inferiores y mantuvieron sus finanzas limpias explotarabn con grandes actuaciones y títulos, como Junior y Cali.

Sin embargo, el América siguió brillando pues Miguel Rodríguez Orejuela seguía allí, a la sombra e inclusodesde la cárcel, pero supresencia y suchequera seguía sosteniendo a los diablos rojos como una potencia. Todo cambiaría con el Proceso 8.000 y la Lista Clinton.

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La maldición de la Lista Clinton

En 1994 Ernesto Samper Pizano llegó a la presidencia de la República. Casi inmediatamente se le acusó de financiar su campaña con dineros del Cartel de Cali y empezó un proceso histórico en la fiscalía al que correspondió ser el número 8.000.

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El Cartel de Cali había pasado agachado por toda la época del narcoterrorismo a pesar de que las empresas y propiedades de sus cabecillas fueran constantes objetivos de las bombas de Escobar. Su forma de operar, mucho más prudente y menos evidente que la del Cartel de Medellín, hizo que sólo hasta los 90 se le abriera una investigación a los hermanos Rodríguez Orejuela en Colombia por narcotráfico, pues sus relaciones con la vida política e industrial del país, además de su claro apoyo en el desmantelamiento del Cartel de sus enemigos, les habían asegurado una vida tranquila.

Sin embargo, sólo al explotar el escándalo del proceso 8.000 y al irse encontrando documentos comprometedores la sociedad colombiana, que los había aceptado con una tolerancia increíble, enfrentó el nivel de permeabilidad que había tenido con los miembros del Cartel de Cali.

El gobierno Samper, presionado por la oposición que lo quería tumbar y por los EE.UU., empezó la persecución sobre los cabecillas del grupo de Cali y el país vio cómo en agosto de 1995 caían los Rodríguez Orejuela y posteriormente sus socios José Santacruz y Phanor Arizabaleta.

En las indagatorias y en la interceptación de cuentas bancarias y documentos contables las autoridades descubrieron todos los datos que he dado en este capítulo sobre el manejo de dineros calientes en el América de Cali pero ya la mayoría de las acciones de Miguel Rodríguez y Santacruz Londoño, quien también resultó ser socio del club, estaban distribuidas entre testaferros y familiares.

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Por testaferrato se acusó en 1996 al presidente del Santa Fe, César Villegas, quien, según la justicia, manejaba las acciones de Phanor Arizabaleta en el club capitalino por lo que debió prestar varios meses de cárcel.

La lista de gente del fútbol vinculada al proceso 8.000 pronto creció y las indagatorias a futbolistas y cuerpo técnico del América entre 1982 y 1995 se volvieron pan de cada día.

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Fueron llamados a rendir declaratoria los técnicos Gabriel Ochoa Uribe y Francisco Maturana, campeón con el equipo en 1992, y los dos pudieron demostrar y justificar sus ingresos en cuanto a premios y bonificaciones.

Otra suerte corrió el ex jugador y asistente técnico Pedro Sarmiento que terminó en la cárcel junto a Juan José Bellini, miembro de la junta directiva del club y presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, y Manuel Francisco Becerra, socio del equipo y ex gobernador del Valle que, cuando fue Ministro de Educación durante las investigaciones que realizó el gobierno Barco al fútbol colombiano, defendió la presencia de Miguel Rodríguez en la junta del América aduciendo que contra él nada se tenía en contra en el país.

A Sarmiento, que fue un buen jugador en su época, se le encontraron en su cuenta cheques girados por "don Miguel" por un total de $1.356 millones que no pudo justificar como premios pues en sus siete años con el equipo era imposible que un jugador recibiera tantas bonificaciones.

Pero los implicados no fueron sólo jugadores y directivos, varios periodistas deportivos que trabajaron en el Grupo Radial Colombiano, perteneciente a los Rodríguez Orejuela, el cual cubría de gran forma el torneo colombiano a mediados de los 80, fueron inculpados de testaferrato y de esta forma terminaron en la cárcel populares comentaristas y narradores como Mario Alfonso Escobar, más conocido como el famoso Doctor Mao, Esteban Jaramillo, quien hizo historia con la "Cabalgata deportiva Gillette", Vicente Blanco y Rafael Araujo Gámez.

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El país se vio enfrentado a la satanización de lo que por diez años casi todos habían aceptado o ignorado y muchos políticos reconocidos, salvo el presidente de la República, terminaron en la cárcel, así como Jairo Varela, director del grupo Niche la orquesta de salsa más famosa del país, quien le había hecho un acróstico a José Santacruz Londoño en una popular canción, y varios economistas acusados de testaferrato.

La satanización llegó a extremos como el minuto de silencio que se le rindió en el Pascual Guerrero como homenaje póstumo a la madre de los Rodríguez Orejuela antes del inicio del partido final de 1997 entre América y Bucaramanga.

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Amparo Rodríguez Orejuela, hermana de Miguel y Gilberto, seguía siendo socia del club y el fallecimiento de su madre, por respeto con una miembro de la junta directiva, debía ser respetado por el equipo. Los medios radiales y televisivos, que siempre acostumbran mencionar en honor de quien se hace el minuto de silencio, no dijeron nada esta vez y los oyentes quedaron con la duda de por quien estaban hincados los jugadores del América en profundo silencio.

El periodista Iván Mejía Alvarez, en declaraciones dadas al diario El Tiempo al día siguiente, criticó la actitud de los medios diciendo que "Basta ya de eso. Los señores Rodríguez Orejuela son seres humanos. Ellos ya están pagando su pena".

Y es que es imposible que jugadores que fueron tan bien pagados por cumplir como profesionales su trabajo, no respeten a quienes les respondieron sagradamente con sus quincenas y contratos por tantos años. El mejor ejemplo de esto lo dio Anthony "Pipa" de Avila, jugador samario que en Colombia sólo jugó con la camiseta del América haciéndolo por más de doce años.

El Pipa, jugador varias veces de Selección Colombia y goleador de su equipo, anotó el gol de la victoria del combinado nacional en las eliminatorias para el mundial del 98 sobre Ecuador. Ese gol significó la salida de una mala racha del equipo y el acercamiento a la clasificación de Colombia al Mundial de Francia, y el jugador, en medio de su emoción y acosado por los periodistas, le dijo a todo el país que esa anotación se la dedicaba a dos personas que estaban privadas de la libertad, a dos personas que habían hecho mucho por él, a dos personas de las que no quería decir sus nombres pero que, ante el acoso de los medios, finalmente dijo: Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela.

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Sin embargo, el que no perdonó fue el gobierno de Estados Unidos. En 1995 la Oficina de Control de Bienes Extranjeros del Departamento del Tesoro de ese país (OFAC, en inglés) creo la Specially Designated Narcotics Traffickers, mejor conocida como Lista Clinton, en la que aparecen los nombres de las personas y empresas vinculadas con el narcotráfico. Por supuesto, el nombre del América estaba allí.

La Lista Clinton prohibe a las empresas manejar cuentas bancarias y es un veto internacional para realizar negocios, pues todo aquel que tenga tratos con las personas o empresas allí presentes será vinculada. Es una condena a muerte financiera que obliga a los afectados a limpiarse a las buenas o a las malas de la sombra del narcotráfico.

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Lo curioso es que a pesar de estar en la Lista Clinton desde el principio, el América siguió ganando títulos, vendiendo jugadores e incluso llegó a las 13 estrellas en 2008. Para esa época, sin embargo, la situación económica del club era otra.

Imposibilitado para tener patrocinadores y con la única presencia del heredero de Miguel Rodríguez Orejuela, a quien su padre desde la cárcel le ordenó que liberara el club, América tampoco tenía el músculo financiero del Cartel para poder sobrevivir y tras su estrella 13 empezó a decaer.

Nóminas muy jóvenes y con jugadores de poco nombre surtieron su efecto, y el América terminó yéndose a segunda división para el 2012, lo que resultó la mejor salida financiera para un equipo destinado a desaparecer.

Sin embargo, un integrante de la última familia dueña del club antes del Cartel, Orestes Sangiovanni, asumió la presidencia e inició una transformación administrativa.

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Hoy el América está limpio y así se lo demostró a la OFAC. Por eso el 3 de abril de 2013 es una fecha que pasará a la historia como aquel 19 de diciembre de 1979 cuando logró su primer campeonato, porque a partir de ahí el Diablo comienza una nueva historia, un nuevo camino que será mucho más brillante que el que tuvo en los últimos 33 años, porque simple y sencillamente podrá mirar de frente y decir que salió del infierno.

Fuentes:

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Betancur, Darío. Los cinco focos de la mafia colombiana (1968-1988) en Revista Folios. Bogotá. Junio de 1991

Betancur, Darío y García, Martha. Contrabandistas, marimberos y mafiosos. Tercer Mundo editores. Bogotá. 1994

Castillo, Fabio. La Coca Nostra. Editorial Documentos periodísticos. Bogotá. 1991

Jiménez, Germán. Narcogoles en Revista Cambio. No 283. Bogotá. Noviembre 16 de 1998.

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Pardo, Rafael. Narcoterrorismo en Auge en De primera mano. Norma. Bogotá. 1996

Rodríguez, Juan Ignacio. Los amos del juego. Periódicos y revistas Ltda. Bogotá. 1989.

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Salazar, Alonso y Jaramillo, Ana María. Las subculturas del narcotráfico. Cinep. Bogotá. 1996

Ediciones de El Espectador, El Tiempo, El Mundo, El Colombiano, Semana y Revista Cambio.

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