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Iván Mauricio Arboleda, el arquero que sueña en marcar un gol con la Selección Colombia

Surgido de la cantera del Deportivo Pasto, este portero de 21 años es una de las figuras del fútbol argentino jugando para Banfield, club al que llegó con la ilusión de seguir los pasos de James Rodríguez.

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Iván Mauricio Arboleda debutó en 2016 con Banfield - @CAB_oficial

¿Parece que este es su año?, le pregunto a Iván Mauricio Arboleda después de que saliera figura con Banfield en la mayoría de partidos que ha disputado con el ‘taladro’ este año.

“A mí me gusta ganarme las cosas en la cancha. Espero seguir haciéndolo para que mi situación mejore día a día”, contestó el joven portero, de 21 años, que en 2013 llegó a las categorías menores de Banfield, en Argentina.

En total, Arboleda ha tapado diez partidos oficiales este año con el ‘taladro’. Por eso, la inquietud de conocer más sobre la vida de otro talento fugado de nuestro país, que brilla en el equipo que fue trampolín para que James Rodríguez fuera a Europa.

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Su historia comienza en 'La Ciudadela', un barrio del municipio de Tumaco. Su abuelo, su tío y su papá dejaron gratos recuerdos entre los habitantes de esta ciudad nariñense, futbolera por demás y cuna de históricos jugadores nacionales, volando de palo a palo.


“Por lo que cuentan, mi abuelo era uno de los mejores arqueros de Tumaco, aunque yo a él lo molesto y le digo que no le creo. Mi tío también lo fue. Yo quería ser el diferente, pero qué le vamos hacer, el destino es así”, señala Arboleda.

Y es que la ‘Araña’, como coincidencialmente lo apodaron en Pasto y en Banfield, siempre quiso ser el irreverente, lo suyo no era hacer caso, la disciplina y él no iban de la mano.

“El fútbol sí me gustaba. Lo que no me gustaba era recibir órdenes de los profesores. Me quedaba en las calles apostando. Y ahí fue mi abuela muy importante en todo esto”, cuenta Iván.

Doña Teresa, puede decir con orgullo que gracias a ella su nieto es llamado a ser el próximo gran guardameta colombiano. Condiciones le sobran, tiene juventud, se quiere tragar el mundo y ya se destaca en el díficil fútbol argentino.

"Un día estaba jugando desde el mediodía con mis amigos, allá en mi barrio, se vino un aguacero y pese a ello seguimos con el 'picado'. Nos dieron las 11 de la noche, aún teníamos ganas de seguir jugando y de un momento a otro, un amigo me dijo: 'cuidado, cuidado...' Ahí sentí tres latigazos en la espalda. Era mi abuela que me estaba entrando. Yo golpeado y mis amigos muertos de la risa", recuerda entre pena y risas, pero con la certeza de que gracias a Doña Teresa puede soñar con un futuro mejor.

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Pero tal como lo dijo Arboleda, él quería ser el diferente. En sus inicios no era la ‘Araña’, sino ‘Adebayor’. Su fuerte era el cabezazo y hacer goles, era lo suyo. Sin embargo, en la escuela donde jugaba, Ciudadela y Porvenir, una tarde expulsaron al arquero y el suplente no había ido. A regañadientes fue al arco, tapó penal y desde ahí dejaron de compararlo con el delantero togolés.

“No es que no quisiera ir el arco. Solo que con esos calores que hacen allá en Tumaco de solo pensar que me tocaba ponerme ese buzo ya estaba empapado en sudor. Pero bueno, afortunadamente atajé el penal y ya después salí sacando pecho”, explica Arboleda.

De ahí en adelante fue una constante lucha y un arduo trabajo, que hasta ahora se está viendo reflejado. Llegó al Deportivo Pasto en 2012, hizo inferiores, vivió duros momentos y no pudo debutar con el equipo profesional.

“Cuando estaba en Pasto pensé muchas veces en dejar el fútbol. Más que todo me desanimaba día a día. Me tocaba caminar casi dos horas para ir a entrenar. Además, estaba lesionado y aun así debía ir caminando”, cuenta apelando a su memoria.

Tras una convocatoria a la Selección Colombia Sub-17, tenía todo listo para ir al Deportivo Cali. Sin embargo, su tío le aconsejó que escuchará a un empresario uruguayo que apareció con la promesa de llevarlo al fútbol argentino. Lo tentó con opciones en Vélez Sarsfield, Lanús, Atlético Rafaela y River Plate.

Finalmente, eligió Banfield, en gran parte, porque ahí había triunfado James Rodríguez. “Llegue con una camisa corta en la madruga y estaba haciendo un frio impresionante. Apenas me bajé del avión, me quería devolver. Al otro día llegué al entrenamiento con una hora de sueño nada más”, asegura.

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Fueron momentos duros en el club argentino, veía cada vez más lejana la promesa de jugar y su paciencia se agotaba. Además, tal como le pasó a James en su momento, sufrió la dureza del que está en territorio ajeno.

“‘Se me perdió el teléfono en el vestuario’. Pero después me toco hacerme respetar porque me estaban cogiendo de payaso. La pasé muy mal sinceramente. Pero pues yo digo que aquí es diferente, porque el argentino tiene el sueño de ser profesional y lo logra. Eso es bueno y uno se contagia de esa entrega. Ellos siempre quieren más y esa mentalidad es la que se debe tener”, afirma.

Y cuando ya tenía todo listo para empacar maletas e irse a buscar otro futuro, apareció su compatriota Mauricio Cuero, quien llegó en 2015 a Banfield y se convirtió en el polo a tierra de Arboleda.

“Fue una relación de padre e hijo. Siempre le deseo lo mejor. Siempre nos decimos que debemos encontrarnos nuevamente en la Selección. Cuando llegó a Banfield me llevaba a su casa, me daba de comer. Con él me sentía en Colombia. Yo me quería ir porque no jugaba y él fue fundamental para que me quedara”, dice.

Hasta que llegó el 20 de marzo de 2016. Al frente el todopoderoso River Plate, mientras que en el arco visitante hacía su debut Iván Mauricio Arboleda.

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En ese momento, al tumaqueño se la pasaron en un segundo una a una las imágenes de su carrera. Primero recordó los buenos augurios de José María Pazo, preparador de arqueros; después devolvió en el tiempo y trajo a su mente los consejos de José Fernando Cuadrado, su compañero en el Pasto, y finalmente, se visualizó como Dida, su ídolo y referente.

Luego de su debut, vino un 2017 siendo suplente. Sin embargo, cada vez que le tocó actuar dejó muy buenas impresiones, ganándose el cariño de la hinchada y la confianza del técnico Julio César Falcioni.

De esta manera llegó el 2018 y Arboleda lo empezó convencido de demostrar todas sus condiciones. Banfield tenía el difícil reto de avanzar a la fase de grupos de la Libertadores.


Primero superó a Independiente del Valle, pero frente a Nacional de Montevideo, no pudo. A pesar de esto, el colombiano fue figura en cada uno de estos encuentros.

La eliminación fue un golpe duro para Arboleda. Pero más allá de lo deportivo, el tumaqueño soñaba figurar en el torneo internacional para mostrarse más y así terminar de cumplir sus promesas.

“Yo hasta ahora estoy empezando y tengo mucha familia por ayudar, no es fácil. Espero que algún día llegue una buena oferta, aprovecharla y darle todo a mi mamá para que viva como una princesa. Lastimosamente vive en una zona donde la violencia es el pan de cada día”, dice Arboleda, mientras abandona las risas por un momento y por primera vez deja oír su tono más familiar y sentido.

Los sueños del tumaqueño van desde comprarle la casa a su mamá hasta hacer un gol con la Selección Colombia de mayores. Éste, su mayor anhelo como profesional.

“Cuando era delantero siempre me mandaban a cabecear, esa era mi mayor virtud. Algún día voy a marcar un gol de cabeza. Ojalá sea con la Selección Colombia. Ese día, se lo voy a dedicar a mis amigos, ‘Pri’, ‘Titi’ y ‘Memín’, ellos saben quiénes son”, asegura con confianza.

Pero ese festejo, también tendrá un condimento especial.  “Voy a celebrarlo así como Leider ‘Calimeño’ Preciado. Él fue el primer jugador profesional que conocí. Desafortunadamente fue cuando falleció su hermano. El sepelio fue en Tumaco y mi abuela me llevo a conocerlo. Me firmó un papelito. No todos reaccionan como él. Son cosas que uno no cuenta, pero te llegan y te acompañan toda la vida”.

Arboleda sigue siendo el mismo niño soñador. Aquel que cierra los ojos y se imagina siendo el mejor de todos. La diferencia, es que ahora su abuela ya hizo todo el trabajo de corregirlo. Ahora, depende de él seguir con la misma mentalidad como cuando se propuso trabajar incansablemente para hacer realidad sus metas.  

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