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Repulsión en el fútbol mundial por ‘lluvia’ de balones

En la victoria de Osasuna sobre Real Madrid (1-0) por la liga española, los aficionados trataron de frenar los avances del equipo merengue lanzando balones al campo desde las tribunas. Triquiñuelas como esta se han vuelto comunes en diferentes estadios del mundo. Recuerde aquí algunos de los más famosos episodios de trampa.

Hasta cuatro balones aterrizaron en el césped en sendas acciones ofensivas del conjunto madridista, entre los minutos 64 al 85 del partido. El Osasuna ganaba por 1-0.

Un sector del público navarro halló cómo aportar su granito de arena a la victoria de su equipo fijándose en el reglamento, pues éste prohíbe el juego con dos balones sobre el terreno.

En medio de la confusión el árbitro detiene la acción, el contraataque rival se esfuma y el público se convierte, más que nunca, en el jugador número 12.

La triquiñuela nacida en El Sadar puede ser novedosa, pero en modo alguno su trasfondo. En el frenesí por sumar los tres puntos, los clubes, los entrenadores y los espectadores han desbocado su pasión por conseguir ese objetivo, mientras la imaginación ha aportado el resto.

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Una pelota de playa lanzada desde la grada desvió la trayectoria del balón y terminó decidiendo el choque entre el Sunderland y el Liverpool (1-0). Reina, el portero español campeón del mundo, amagó hacia la pelota roja de playa, mientras el balón oficial entraba en la meta.

El ingenio también llevó hace tiempo a que algunos entrenadores dieran consignas hasta entonces insólitas a los empleados de mantenimiento de los terrenos de juego.

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Si el equipo rival dominaba el manejo y la circulación de la pelota, las líneas de cal habrían de estrecharse hasta el límite permitido a lo ancho y largo del rectángulo de juego.

Cuando el equipo de visita gozaba con el juego rápido, la consigna era competencia del cortador del césped: hierba alta hasta cubrir casi la mitad de la bota.

Javier Clemente, en su etapa más brillante como entrenador del Athletic de Bilbao, hizo famoso el 'manguerazo'. En el estadio vizcaíno, donde el barro es el hábitat natural de sus futbolistas, la manguera no paraba de trabajar si quiera cuando la lluvia era tan fina como la que cae por San Sebastián.
En el estadio Vicente Calderón de Madrid, cuya construcción dejó sin gradería dos ángulos del recinto, muchos defensores frenaban los momentos de agobio del Atlético de Madrid intentando patear la pelota por esos espacios abiertos a la calle.

Pero el pelotazo a la grada o fuera de ella para perder tiempo pasó a la historia. Los clubes han aleccionado a los recogepelotas para rápidas entregas de balón, fugaces como el rayo si los futbolistas son los de casa y la urgencia es necesidad.

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El fútbol ha cobrado, de esta simple manera, otra dimensión. La avidez de estos chicos que pululan por las bandas reduce a décimas de segundo la puesta en acción de una pelota perdida.

El Sevilla, por ejemplo, inició de esta manera el empate a dos frente al Sporting de Gijón, en un partido de la Liga 2008-2009. El recogebolas de la banda entregó tan rápido el balón a Capel que la zaga asturiana quedó al descubierto. El posterior pase a Kanouté y su remate hicieron el resto.

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Mientras los recogepelotas aceleraron a la carta el fútbol, incluso borrando pruebas de presuntos delitos (en Sevilla escondieron botellas arrojadas desde la grada contra Iker Casillas), el ralentí lo siguen poniendo los protagonistas.

Lesiones fingidas, sustituciones al trote desde el extremo opuesto del campo, tarjetas amarillas forzadas para acelerar sanciones o amagos de peleas arrabaleras son el caldo de cultivo para un espectáculo en constante evolución, que no cesa de sorprender ni siquiera al juego ofensivo que desplegó en Pamplona el equipo dirigido por el mejor entrenador del mundo en 2010 versión FIFA.

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