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Todos sabían que algo malo iba a suceder en Barranquilla

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Durante las horas previas al juego hubo previsión de lluvia. Colprensa

A Colombia le salió el cuento que escribió Gabriel García Márquez titulado “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”. Aquel en el que una señora se levanta una mañana cualquiera con el presentimiento de que una desgracia va a ocurrir. No sabe cuál ni cómo ni cuándo ni porqué ni a quiénes. Se lo cuenta a sus hijos, y estos a sus conocidos. Se forma un rumor de tal dimensión que al final desencadena en el desalojo del caserío.

Todos huyen por el temor de la desgracia anunciada. Desmantelan las casas y las queman antes de partir. “Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestras casas”, dicen.

Este miércoles, un día antes de enfrentar a Paraguay en la Eliminatoria al Mundial de Rusia, el técnico de la Selección, José Pékerman, dijo ante los medios de comunicación que estaba preocupado por el estado de la cancha del Metropolitano debido a la lluvia que había caído en la semana.

La prensa – a su vez- reprodujo el mensaje.

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Los hinchas, entonces, empezaron a hablar sobre el color del césped, lo quemado que parecía y su aspecto irregular. Recordaron también el penalti fallido de Teófilo Gutiérrez por un bache justo en el punto del cobro.

Antes del partido, también había pesimismo por el cambio de horario. Jugarlo a las 6:30 p.m. y no tres horas antes como de costumbre no podría dejar nada bueno. “Dimos papaya... En Barranquilla se juega a las 3:30 p.m.”, criticó Carlos el ‘Pibe’ Valderrama.

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Se creó una bola de nieve tal y como pasó con la señora del relato de García Márquez.

La sugestión recreada en la cabeza saltó a la realidad. Y algo malo ocurrió sobre el campo de juego: David Ospina –el futbolista de más confianza en la Selección- soltó dos balones que nunca suelta. Colombia, que en el minuto 32 alcanzó el cupo parcial a Rusia con el gol de Falcao y el 0-0 de Argentina y Perú, lo perdió inexplicablemente en el minuto 43 y 46 del segundo tiempo con los tantos de Cardozo y Sanabria.

Los paraguayos no sintieron ni la humedad ni la temperatura. Jugaron a su gusto en el Metropolitano.

El final del cuento y de Colombia fue el mismo. De tanto anunciar que algo malo podría pasar, pasó.  “Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca”, dice la señora mientras el lugar se queda como un campo de guerra, convirtiendo en realidad algo que jamás hubiera podido serlo de no ser por el contagio general de una premonición.

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